domingo, 24 de febrero de 2008

Annie Hall

A finales del semestre pasado me hice el propósito de ver una película cada viernes por la tarde. Mi propósito de este semestre es ir comentando todas las películas que vaya viendo. Como mis viernes de cine empezaron hace unas semanas, me guardo los comentarios de las películas ya vistas como comodín para viernes sin peli.

Este viernes ví Annie Hall, de Woody Allen. Todo un clásico; para algunos la obra maestra del cineasta. Descrita por Allen como “una comedia romántica sobre los neuróticos en las ciudades actuales”, se trata de una película compleja, desde un punto de vista técnico pues el argumento aparece fragmentado y la cronología desordenada: Annie Hall alterna la realidad con la fantasía a la vez que alterna el diálogo con el monólogo interior de los personajes. Aparecen tanto escenas retrospectivas como futuras, imágenes divididas, repeticiones instantáneas e incluso subtítulos para expresar los que piensan los personajes al mismo tiempo que mantienen una conversación.

Divertida, romántica, realista, agridulce e inteligente, sin duda Annie Hall consigue hacer reír al mismo tiempo que hace pensar. Me encanta el monólogo del principio de Alvy Singer (Woody Allen) en el que presenta a su personaje, y su manera de ver la vida y las relaciones sentimentales. También me encanta la escena casi del final en la que le ruega a Annie (Diane Keaton) que vuelva con él y la manera como el cineasta critica el estilo de vida de sus compatriotas de la costa Este (un estilo de vida más despreocupado); y es que Allen utiliza el diálogo para profundizar en las emociones de sus personajes, y retratar la angustia en las ciudades y el ahogo en la intimidad.

Había una vez...


hace muchos, muchos años, a mediados del periodo Heian, una niña llamada Murasaki Shikibu. Murasaki pertenecía a una familia de la mediana nobleza emparentada con la poderosa familia Fujiwara. Aunque no tuvo una infancia feliz, recibió una educación muy esmerada y a muy temprana edad ya destacó por su inteligencia. Cuando Murasaki creció se casó con un noble de una clase social similar a la suya y con él tuvo una hija, poco tiempo después el joven murió. A partir de aquí, Murasaki empezó a escribir la novela El retrato de Genji de la que, siglos más tarde, Marguerite Yourcenar diría “no se ha escrito nada mejor en ninguna literatura”. Esta obra la hizo muy popular, tanto que el ministro Fujiwara no Michinanga la hizo dama de compañía de la corte de la emperatriz Akiko. Durante aquellos años Murasaki escribió un diario, cuyo manuscrito aún se conserva...

Solamente he leído algunos fragmentos de dicho diario, que abarca del año 1007 al año 1010. Sorprende la calidad de esta literatura y cómo un libro escrito hace mil años puede leerse como si hubiera sido escrito en nuestro tiempo. La autora describe, intercalando algunos versos escritos por ella misma, las diferentes ceremonias que marcaban la vida de la corte, una vida mezquina, por lo que nos da a entender. Murasaki también retrata a otras damas, que igual que ella formaban parte de esa corte. Me ha cautivado la inteligencia de Murasaki, su capacidad de observar y percibir hasta el más mínimo detalle, igual que su capacidad para evocar lugares.